User:Gilh146
HISTORIA DE CAVEVI Alguien dijo en una ocasión que el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla o a pagar con creces las consecuencias de su olvido. En el libro del profeta Daniel, hablando el rey Nabucodonosor declara: “Es necesario que cuente las grandes cosas y maravillas que ha hecho el señor conmigo” (Daniel 4:2) El Ministerio Cristiano Camino, Verdad y Vida (CAVEVI) tuvo sus orígenes en una forma un tanto extraña. Esta visión nació como una semillita bien tenue. Estaba yo parado en la esquina de la Fordham Road y la avenida Grand Concourse en el condado del Bronx, Nueva York, en un día de verano del 1993. Veía la multitud de gente ir y venir de acá para allá y de allá para acá. Era como si buscaran algo sin poderlo encontrar y como si ellos mismos no supieran lo que buscaban. Al mismo tiempo estaba yo pensando en el posible tema que debíamos desarrollar en una campaña evangelística que estábamos organizando en Poe Park, a uno escasos metros del lugar donde me encontraba parado. De pronto vino a mi mente y a mi corazón el versículo de Juan 14:6 “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida…”. Un manantial de ideas comenzó a fluir en mi mente y mi corazón como un torrente que nadie podía contener, aunque estaba rodeado por multitudes de gente que se movían en diferentes direcciones, era como si yo estuviera fuera del alcance de ellos, justamente en otra dimensión. Creí entender qué era lo que la gente buscaba sin ellos mismos saberlo: buscaban a Jesucristo. Ese mismo día compartí con el pastor Sabino lo que recibí en aquella esquina y él no lo pensó dos veces para aprobar ese tema. Ese versículo fue el lema de campaña. Fueron tres días de ministración gloriosa. Las almas se salvaron, los hermanos compartieron con gozo la adoración y la intercesión. El Espíritu Santo dejó sentir su presencia de manera extraordinaria. El día que a mí me tocó predicar sentí literalmente cómo la glorieta del parque quedaba envuelta dentro de un campo magnético, donde una corriente continua de electricidad nos tomaba a mi y a Henry, el hermano que me traducía, sacudiéndonos de un lado a otro. No todo termino allí. Una gran pasión ardía en mi corazón toda esa semana y las semanas que siguieron, Me vi impulsado a escribir nuevas ideas a medida que ellas fluían por mi mente y mi corazón: estrategias evangelísticas, planes educativos, formas organizativas, desarrollo de liderazgo, todo bullía a mi alrededor como un río inagotable. La pluma no podía parar de generar ideas hacia una misma visión. Muchísimos formularios, esquemas y bosquejos caían de mi pluma en forma incansable. Aun bosquejos de libros me fueron dictados y hasta el encabezado de la carta del posible ministerio. Recuerdo haber compartido días después con el hermano Eduardo Bonilla y pensamos en darle forma a un ministerio evangelístico con el nombre Camino, Verdad y Vida. Corrieron algunos años después de esa visión maravillosa. Estábamos en la primavera del año 2003; para ese tiempo yo fungía como Secretario Ejecutivo del ministerio Fuente de Salvación y estaba pastoreando la Iglesia Cristiana Fuente de Salvación en Brooklyn. El 12 de abril de ese año me encontraba participando, junto con los demás miembros del Comité Ejecutivo del ministerio, en un congreso de pastores y ministros organizado por la iglesia que en ese entonces pastoreaba el apóstol Luciano Padilla Jr. en Bayridge, Brooklyn. Se encontraba ministrando esa mañana el evangelista Tommy Tenney. Después del momento de adoración, el evangelista pidió que nos tomáramos de las manos y oráramos el uno por el otro. A mí me tocó orar con una persona desconocida que se había sentado a mi lado izquierdo. Cuando el evangelista pidió que de nuevo nos sentáramos en nuestros asientos, el desconocido me sostuvo fuertemente de las manos, forzándome a permanecer en la posición arrodillada en que nos encontrábamos. Comenzó a hablar en un lenguaje desconocido para mí. No entendía absolutamente nada de lo que estaba diciendo, aunque me parecía que hablaba un idioma africano o algo parecido. Cuando terminó de hablar en esta lengua extraña, me dijo en perfecto español: “Así dice el Señor: te saco de la iglesia de Nueva York en tres meses y te llevo a Kissimmee; te usaré poderosamente, ministrarás a pastores y te llevaré por las naciones”. Aunque había tenido una experiencia bastante similar en el año 1989 cuando el, en ese entonces para mi desconocido evangelista Randy Island, me tomó de la mano durante un culto en la M.I. de la Rolling Hill, Carolina, Puerto Rico y habló en una lengua similar y me habló de un llamado al pastorado, confieso que tomé a este individuo en Brooklyn como un trastornado mental, aunque me había descrito con detalles situaciones por las que yo había estado pasando, situaciones que sólo Dios y yo conocíamos. Esa declaración me parecía descabellada, sobre todo la primera parte. Yo Estaba pastoreando una congregación que iba creciendo en forma muy linda. Tenía el respaldo incondicional del ministerio. Había estado en España, donde el pastor Harold Caballeros me había profetizado cosas que ahora se estaban cumpliendo. Todo iba “viento en popa”. Además nunca había oído hablar de Kissimmee. Confieso mi ignorancia. Ni siquiera sabia dónde quedaba eso, ni si era un lugar real o un invento de la alucinación de aquel individuo. Por otro lado, la mayoría de profetas que escuchamos hoy en día, hablan en forma abierta e imprecisa; generalmente para decir cosas que a ti te agradan y casi nunca dan detalles concretos. Este individuo había dado fechas especificas que señalaban acontecimientos a cumplirse a corto plazo. Naturalmente, no acepté esas declaraciones como algo que viniera de Dios, creí que se trataba de uno de esos cristianos raros que hablaban sin sentido, muchas veces impulsados por la emoción del momento. Por supuesto, no dije nada a nadie sobre este encuentro extraño y me olvidé del asunto. Tres meses después, mientras me encontraba en la República Dominicana, resolviendo una situación familiar, por recomendación del pastor Luis Fernández, mi padre espiritual y vicepresidente del CEI, el pastor Ignacio Torres llegó a mi casa en Santiago en horas de la mañana y me entregó una carta procedente del Comité Ejecutivo. El contenido de esta carta cumplía al pie de la letra la primera parte de la profecía: debía salir de la iglesia de Brooklyn y dejarla en manos del CEI. En otras palabras, había sido destituido en contumacia y de manera sumaria de mi función pastoral en Brooklyn. No tengo maneras de cómo describir el volcán de sentimientos que me golpearon la mente y el corazón en aquel momento. Me parecía que mi mente era arropada por una inmensa niebla espesa; me sentía como el salmista, caminando literalmente un valle de sobra de muerte. Por segunda vez experimentaba lo profundo que duele cuando aquellos en quien tú has confiado te dan la espalda: batallando con una terrible enfermedad de cáncer, sin dinero, sin familia y sin amigos. Pensé que llegaba a los últimos momentos de mi vida en esta tierra. Todo se había tornado oscuro y doloroso. Poco después, uno de los muy pocos amigos fieles que me quedaban me llamó y me invitó a pasarme algunos días en su casa con su familia en Port Saint Lucie, Florida. Se trataba del hermano Marcos Capellán. Acepté la invitación, pero cuando se aproximaba la fecha del viaje, me llamó para pedirme disculpas y comunicarme que tenía ciertas dificultades con la familia de su esposa y no me podía recibir, pero me prometió que haría algunos contactos para ver si algún otro hermano me podría recibir. Me llamó de nuevo para comunicarme que el hermano Rafael Zarzuela estaba dispuesto a recibirme con gozo en su casa en Orlando. Como me encontraba tan débil física y emocionalmente, opté por aceptar la invitación, con el compromiso de que sólo duraría allí una semana para recuperar un poco de fuerza, que me encontraba extremadamente débil. Aquella fue una semana gloriosa. Los hermanos me hicieron sentir mejor que en mi propia casa. La habitación que me fue asignada fue realmente un remanso de paz. Sentía la presencia de Dios como hacía mucho tiempo no la había experimentado. Estaba envuelto en una atmósfera gloriosa. El hermano Rafael insistía en que Dios me traería a la Florida. Me decía que la casa de al lado sería mi casa. Yo le dejaba hablar y no decía nada en contra, por agradecimiento y para no defraudar su entusiasmo. Pero por dentro yo pensaba: si él realmente supiera mi crítica situación emocional, ministerial y financiera. Yo sabia que no tenía ningunas posibilidades; además, Orlando estaba bueno para pasarse una semana de vacaciones, quizás dos, pero nunca para vivir. Lo mío estaba en Nueva York. Si alguna oportunidad me quedaba no seria en otro lugar, sino allí. Rafael insistía y me dijo que iba a hablar con la pareja de ancianitos que vivían al lado para hacerles prometer que si algún día decidían vender su casa, que se la ofrecieran a él primero. Un día me llamó, estando yo de vuelta en Nueva York, y me dijo que ellos no pensaban vender, pero que si así era el caso, ellos le hablarían primero a él. Yo di el asunto por terminado ahí mismo. Pero para mi sorpresa, Rafael me llamó una semana después para comunicarme que a los ancianitos se les había muerto el único hijo que tenían en la Florida; el otro vivía en uno de los estados del Norte y ellos se veían precisados a mudarse con él, por lo cual habían decidido vender la casa. El entusiasmo de Rafael era contagiante, pero la realidad de mi situación financiera era como un balde de agua helada en mis espaldas. Mi crédito estaba por el suelo y no contaba con ningún dinero en el banco. Además, producto de la situación general en la que me encontraba, el único dinero que recibía en el momento era el de la oficina de desempleo. Aunque vendieran la casa, eso no resolvía nada en mi favor. Pero Rafael no se daba por vencido: seguía persistiendo. Me decía que iba a hablar con un amigo que trabajaba en bienes raíces. Yo le dije literalmente que yo respaldaba su fe, pero que mis posibilidades eran muy pocas. El amigo de bienes raíces, Ronny Encarnación, confirmó lo que ya yo sabia muy bien: mi crédito estaba muy malo. Según el, ningún banco me podría prestar y si lo hacía, sería a un interés exageradamente alto. Corría el año 2004. Por la insistencia de Rafael, me había decidido a aplicar a través de la Internet para participar en una feria de trabajo para maestros del distrito escolar de Osceola. Viajé nuevamente a Orlando para participar de la feria. Cuando salí de la entrevista, ya tenía una posición asegurada en la escuela Central Avenue. Al salir de la entrevista, llamé a la persona que me recogería del lugar de la entrevista. Mientras esperaba por ella al frente de la escuela, me volví para mirar la fachada del edificio. Con letras muy grandes leí el nombre de la escuela: ‘Kissimmee Middle School”. Algo como un rayo golpeó mi cabeza: “kissimmee”. Esa palabra retumbaba en mi mente; de algun modo me era familiar. Miré el celular y vi la fecha: 12 de abril; exactamente el mismo día y aproximadamente la misma hora en que un año antes aquel extraño me había hablado en el encuentro de ministros en Brooklyn “te saco de Nueva York y te llevo a Kissimmee”. Demás esta decir que a partir de ese momento todo corrió como sobre ruedas. No había dudas de que Dios había hablado. Definitivamente El era quien estaba detrás de todo esto. Ya nada respondía a mis posibilidades o incluso a mis deseos o decisiones. Todo respondía a un muy bien trazado plan divino. Me fue posible comprar la casa desde mi apartamento en Queens a través de la computadora, sin intervención de ningún agente de bienes raíces. Todo fue apareciendo a su tiempo justo. El 2 de Julio del 2004 ya estaba en una oficina de abogados en Orlando, firmando el contrato de compra de mi casa. Qué maravilloso es cuando Dios obra por sus senderos misteriosos! Cuando nos abandonamos a El y nos dejamos llevar por su perfecta voluntad, todas las cosas se hacen posibles por su divina gracia, conforme a sus planes y propósitos en nuestra vida. Con casa propia, trabajo en mi área profesional, una mujer de Dios como esposa y rodeado de buenos amigos; usted pensaría que llegó al punto máximo de realización en esta vida. Eso mismo pensaba yo. Todo el drama vivido en Nueva York había quedado atrás. Ahora tendría por delante una vida placentera y tranquila a disfrutar. Para completar el cuadro de esta vida deleitosa sólo me faltaba una cosa: integrarme a una iglesia. Sabía muy bien que Dios desaprueba al que no se congrega. Por tanto, me haría miembro de una buena iglesia y trabajaría ayudando un poco a encaminar la visión que Dios le habría dado al pastor de esa iglesia. Después de algunas búsquedas y visitas a varias congregaciones, la respuesta parecía estar a pedir de boca; seria parte de la misma iglesia donde trabajaban como líderes mi hermano Rafael, su esposa Zaida y Mechi y César, entre otros, quienes habían sido miembros de mi iglesia allá en el Bronx, se trataba de Pabellón de la Victoria, una iglesia pujante, con una visión muy linda y un verdadero mover del Espíritu; además quedaba a unas escasas cuadras de mi casa y estaba en ese entonces envuelta en un proyecto de expansión muy significativo, con la construcción de un moderno y amplio edificio. Parecía el lugar perfecto para una persona crecer y desarrollarse ministerialmente hablando. Qué más se podía pedir? Además, el pastor Rubén Pérez me parecía un verdadero hombre de Dios con una visión muy grande por delante. Lo más razonable era unirse a una visión en desarrollo. Así lo recomendaba a todo el que me preguntaba de mi ministerio como pastor. Además, muy dentro de mí, no quería volver a tener la carga y fuerte responsabilidad que implica ser pastor principal de una iglesia. Con la experiencia del Bronx y de Brooklyn era suficiente. Para mí, con sentir que le estaba sirviendo al señor en algún ministerio, era más que suficiente. Así lo hicimos mi esposa Belisa y yo. Nos hicimos miembros de Pabellón. Al principio estábamos muy contentos. Nos habíamos ganado el respeto, la admiración y la confianza no sólo de los hermanos de la congregación, sino y sobre todo de los pastores y los líderes de esta iglesia. De haber sido por nosotros, todavía estuviéramos sirviéndole a Dios en esa congregación, felices y contentos. Pero el Señor dice bien claro: “Mis pensamientos nos son vuestros pensamientos ni mis caminos vuestros caminos” (Isaias 55:8). Sin nosotros darnos cuenta, sin ninguna razón aparente, las cosas comenzaron a complicarse allí. Comenzaron a surgir malentendidos, celos, desacuerdos e inconsistencias en el trabajo que hacíamos. Comenzamos a sufrir profundamente todo aquello. La situación llegó a un punto en que se hizo insostenible. A fines de enero del 2008 tuvimos una reunión con el pastor Pérez. Nos vimos precisados a pedirle la bendición al pastor para salir de la congregación. Ahora entendemos que el mal no estaba en la iglesia, no estaba en el pastor ni estaba en nosotros. Era que Dios, de manera semejante a como hizo con Jonás, nos estaba empujando fuera de nuestra zona confortable, para que realizáramos el ministerio por el cual El nos había traído a la Florida Central. Hay de nosotros si desoíamos la voz de Dios que clamaba por nuestra completa obediencia! Comenzamos Belisa y yo a estudiar la Palabra en forma organizada en nuestra casa de Peppermill. De cuando en vez venían algunos hermanos con hambre de conocimiento, pero nos veíamos precisados a rechazarlos, con mucho pesar de nuestra parte, para que no se fuera a pensar que estábamos haciendo un trabajo impío, tratando de reclutar personas de la iglesia. Una tarde estábamos orando, cuando llegó a la casa la hermana Miosotis, procedente de Nueva York. Con ella venían las hermanas Josefina Serrano y Maria Inés Cuevas, quienes residían aquí en Orlando. María Ramos había pasado momentos antes a saludarnos y aún permanecía en la casa cuando las hermanas llegaron . Allí, en la sala de nuestra casa, Dios nos trajo palabras profundamente reveladoras a través de la hermana Miosotis. Nos habló Dios proféticamente y también por la Palabra en Isaías 43:18: “No os acordéis de las cosas pasadas, ni traigáis a memoria las cosas antiguas; he aquí yo hago cosa nueva. Otra vez abriré camino en el desierto y río en la soledad”. Tengo que reconocer que esa palabra nos envolvió el corazón en un torbellino de fuego y de esperanza. Nos comprometimos a seguir unidos, buscando el completo propósito de Dios para con nuestras vidas y ministerios. Acordamos reunirnos los viernes para continuar un estudio consistente de la Palabra. Poco a poco a este pequeño grupo se fueron agregando otros hermanos y sobre todo, personas que no conocían al Señor. Aproximadamente dos semanas después, el Señor trajo a la profeta Berta Valle, la cual, sin saber lo que estaba pasando, reconfirmó la palabra que habíamos recibido y la obra que estábamos haciendo. Muy pronto se hizo necesario reunirnos en el porche de la casa, pues ya no cabíamos en la sala. Venían hermanos de larga distancia y se identificaban con la visión y se unían a ella. Se podía palpar una atmósfera de amor y unidad espiritual en el grupo. Muy pronto acordamos tener una celebración los domingos a las seis de la tarde. Los hermanos y personas no conversas respondían de una manera increíble. El Señor respaldaba nuestras oraciones y los milagros se sucedían unos tras otros. En una ocasión recibimos levantar una lista de peticiones para orar los unos por los otros. Cuando analizamos los resultados, el Señor había contestado positivamente el 98% de la peticiones, las cuales eran de diferente naturaleza: trabajo, salud, situaciones familiares, compra de casas, vehículos, etc. Junto con el crecimiento explosivo del grupo también vinieron las quejas de un vecino nuestro de origen anglosajón. Molestado por el mover de personas en el lugar, persistía en llamar la policía casi cada domingo. Por varias ocasiones los oficiales de las oficinas del sheriff vinieron y nos pidieron que controláramos el volumen del sonido. Esa fue otra manera del Señor hablarnos para dejarnos saber que el tiempo de las celebraciones en el porche estaba llegando a su fin y que debíamos movernos a otro lugar. Oramos y después de un corto tiempo nos abrió las puertas el pastor Nick Acevedo de la iglesia El Shaddai, ubicada en el sector de Meadowwood. Allí estuvimos desde el 28 de marzo del 2009 hasta el 3 de enero del 2010. Ya para el 10 de enero el Señor nos había abierto las puerta de otros lugar aún más cómodo (The Pavilion), Entramos al salón de recepciones de un residencial de ancianos ubicado en el 9309 de la OBT, donde actualmente nos reunimos los domingos a las 10:00 a,m, y los viernes a las 7:00 p.m. en un servicio de liberación y sanidad divina. El Señor ha sido fiel a nuestro llamado. Hasta aquí el nos ha llevado de la mano en el mover de su perfecta voluntad. Estamos listos para movernos al próximo nivel de unción y de conquista, conforme a sus planes y propósitos para con nosotros. No tememos lo que nos depara el futuro; sabemos que Dios honra a los que le son fieles. Lo que El nos ha prometido, El lo cumplirá. Seremos una iglesia bilingüe de naturaleza apostólica con incidencia en cada uno de los condados de la Florida Central. Una iglesia caracterizada por el amor, la unidad entre hermanos, con una mística de trabajo para cumplir sus propósitos y traer gloria a su nombre Una iglesia con una pasión real por las almas. Una iglesia orgánicamente íntimamente vinculada a la comunidad. Una iglesia que será voz y opción de la comunidad. Un espacio de amor en la ciudad.